sábado, 26 de mayo de 2012

CUANDO TE BESÉ...

...me conmoviste el alma. Me recordaste que antes que Dios, fuiste hombre. Y fue allí, en tu Casa. Después de esperar, en un velador de una plaza abarrotada de fieles, cuando Tu Ciudad, que es la de los románticos, se estaba haciendo. En la plaza que inunda mis sueños de amor, queriendo ver vencer la noche a la tarde con la persona que más quiero, día tras día. Sueños de una noche sevillana, al quebrar la tarde en San Lorenzo.

No podía faltarme ella, Señor. Venía conmigo, y yo iba con ella, con la ilusión de quién quiere tomar tu cuerpo por primera vez. Era nuestra presentación oficial, nuestro primer cara a cara en la intimidad de quién se disputa darte el último beso. Cuando las luces sobran, porque Tú eres la luz que alberga la Esperanza. Era la espera de tu beneplácito. Era, es y será, porque así lo quieres, Padre.

No quería marcharme. Aquella noche, cuando los pájaros danzantes de la plaza ya aguardaban al alba sobre el alba que desperezaría La Ciudad cuando empieza a contar los días hacia delante. Aquella noche, Señor, te vi feliz, llegaba Tu Tiempo, que es en el que Tu vives y nosotros soñamos que llegue, y morimos porque no pase.

Dicen que la felicidad nunca es plena, que no existe la perfección. El que escribe nunca posee la verdad, pero sí sabe cuál es la suya. Nada más lejos de la realidad, cree firmemente en la perfección y en la plena felicidad, porque la ha vivido. Asevera su existencia, pero lamenta que sea efímera, que sea tan pasajera. Hay que vivir con la plenitud que nos proporciona la felicidad. Hay que paladearla y olvidarse de su condición efímera. Dejarse llevar con el cuerpo y con la mente.

No quería marcharme, pero lo hice, desandando mis pasos pero sin volverte la mirada. Me hiciste tan feliz, que comprendí la plenitud de tu venida. Viniste para salvarnos. Estás para querernos. Esa mágica noche me fui feliz porque supe cuál era Tu Gran Poder.


Fotografía: Miguel Barba

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