domingo, 14 de noviembre de 2010

TODO AMOR...



"...acude desde la nada. De lo contrario, no es Amor. No existe la volumetría que mide la Fe, ni la unidad patrón mediante la cual sepamos cuánto Dios lleva cada uno alojado en los costados. Un hombre es un universo incomparable, al que juzgará Quien debe juzgarlo cuando llegue la hora. Por ello, este amor sensato que tanto me desordena viene hoy volcado en palabras escritas con la sangre de la tierra, aparatosamente sinceras, para desnudar la auténtica confesión de mis días y mis noches, para celebrar la Eucaristía del que quiere escapar, como los niños débiles, a la verdad de sus inocencias.

Mientras Abril escala sereno por las ventanas y se desperezan lentas las blancas vestimentas del Domingo de Ramos, viene a verte, asomándose a tu tapia, quien lleva un hombre por dentro que ha vuelto a reconstruirse, como en un alba inesperada, con el manantial de inquietudes que me ha regalado Cristo en nuestro enésimo reencuentro. ¿A quién le doy las gracias, Señor? A quien corresponda le debo este abrazo de carne y madero, estas conversaciones en el silencio de penumbras ermitañas, esta lluvia bendita, calmosa y clara, sobre las mataduras de mi ánimo, esta húmeda certeza de llanto, esta carcajada de Fe sobre el miedo adolescente... ¿A quién debo agradecerle llevar en mi bolsillo la seda morena en la que envolver mis amarguras? A quien corresponda, sepa que el día en que se apaguen todas las lámparas, una luz de centeno despejará de mi camino tantos ángeles caídos.

Hay cielos tan azules que resultan, al fin, amenazantes sobre las cabezas. Y uno no sabe cómo protegerse de ello. La única forma efectiva de guarecerse tal vez sea despojarse de estas ropas y, como un pájaro descubierto en la estampía de la primavera, contar la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad de lo que cocina Dios en mis pucheros. Yo soy el que vais a oír. No el que os hayan dicho. Yo soy, esta mañana, un sueño escapado de un incendio, una sangre molturada en mil almazaras, una batalla que echó el ancla en la noche misma y que hoy viene, vestido de lienzo, a orear una sábana de luz por el adentro de tus muros."

Texto: Antonio G. Barbeíto
Fotografía: Ernesto Naranjo

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