domingo, 1 de mayo de 2011

TURQUESA Y ORO, ABRIL MURIÉNDOSE... (Por Ana Pedrero)

Sin entrar en polémicas sobre la devaluación de la afición de Sevilla con el indulto del tercer toro de la tarde, "Arrojado", de la ganadería de Núñez del Cuvillo, el mundo taurino ha de estar de enhorabuena porque ayer, Don José María Dolls Samper escribió con letras de oro en el libro del toreo. Como siempre digo, si hemos de poner un adjetivo al toreo del matador alicantino, este es EMPAQUE. Ayer dimos cuenta de ello, así como de la despaciosidad y elegancia que desparramó por el albero maestrante.

No pretendo describir lo que se vivió ayer en la Maestranza, ni lo que viví yo en el sillón de mi casa. Y no lo pretendo porque he leído un artículo que me ha llegado al alma, y del cuál me permito el indudable honor de pegarle el mangazo a mi amiga Berrendita. Se trata de una conjunción de sentimientos que ha escrito para Burladero; y con los cuáles me siento muy, muy identificado.

"Moría abril como van los soldados a la trinchera, sin guardarse nada, con palabras escondidas en la retaguardia como una munición apresurada de emociones, de lo que no se explica, de lo que no se anuncia.

Venía dispuesta a coser las palabras últimas de abril sobre la caricia del capote de una verónica eterna de Morante, verde esperanza como los palios cimbreantes, como los mantos de las Vírgenes antes del luto, en la antesala de lo que siempre resucita.

Venía con los dedos empapados en agua bendita, como quien se hace la cruz sobre el pecho antes de pisar sobre sagrado, verde esperanza, como una verónica enjuagando doce mil y pico almas en su pañuelo rosa capote.

Venía abril dispuesto a morir verde esperanza, sólo palabras, milagro y acto de contricción que se transformaron en turquesas sobre el albero, piedras preciosas engastadas sobre la misma carne, seda turquesa y oro, el toreo sin tiempo; la cadencia, que no tiene nombre; el ritmo que se mide en el silencio, toro y torero, el mundo en un cambio de manos y después la nada, el cielo recién limpio de la lluvia contra la madrugada y un príncipe sobre los hombros que alzaron Nazarenos y Cristos, bajo la puerta que conduce de lo real a la gloria.

Abajo, la hondura, el surco de las emociones, y allá, más arriba, miles de almas, en pie, Sevilla rompiéndose por la cintura en el abrazo inabarcable, en las gargantas que cantan tu nombre con sabor a manzana, torero, el del postizo rubio trenzado al corazón de una mujer y la muñeca quebrada, poderosa, acero y terciopelo.

Así abril, queriendo morir, embebido en la muleta, abril turquesa y oro, desangrándose por las calles que vierten al Guadalquivir, mientras en el campo, entre los acebuches, la vida reclamaba la vida."


Texto: Ana Pedrero
Fotografía: Ernesto Naranjo

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