Hoy es uno de esos días en los cuáles estás alicaído, no te sale nada bien, ó al menos como esperabas que te saliese. Todo se vuelve en contra, con brusquedad, arremetiendo contra ti sin ninguna razón.
Tú, que hoy precisamente, has ido más dulce que nunca y has dado el toque con mucho mimo, has echado los vuelos de la muleta hacia delante con suavidad, y todo tu buen hacer se ve injustamente pagado con todo lo contrario, con un toro que embiste sabiendo lo que deja atrás, buscando las zapatillas, que sabe como puede hacer daño. Y tú, que estás más concentrado que nunca, que te juegas mucho, ves pagadas tus ganas e ilusión con un primer aviso, que se traduce en un simple revolcón.
Sigues intentando que la faena tome vuelo, pero parece que no tiene alas para volar, ó al menos hoy se las cortaron. Te reiteras con mucho tesón, una y otra vez. El respetable se da cuenta de que lo intentas, pero no puedes sacar nada, porque el toro no tiene fondo, y te premia con una cariñosa ovación.
Cuando te das por vencido, vas hacia las tablas, tomas el estoque con fuerza por la empuñadura, pero acariciando los gavilanes, lo montas en la muleta y, como dicen que no hay mejor defensa que un buen ataque, te dispones a doblarte con él en el tercio y consigues sacarle una buena serie de toreo de empaque, poderío y duende, de manos desmayadas. Se paran los pulsos de la plaza sobre todo en uno, en una ajustada y soberbia trincherilla.
Confiado, por haber conseguido sacarle una serie muy jaleada, cuadras al toro en la suerte contraria, y así se te volvió la suerte, porque al realizar el volapié el asta se hundió en lo más profundo de tu alma.
Novillero, hoy te ha ganado la batalla el toro.
He dicho, y ustedes me dirán que se debe aquí.
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