"...A mi amigo Curro"
La honestidad genera desazón en la muchedumbre, que prefiere el engaño a la descripción diáfana de la realidad, guste o no guste. Sucede en política, así que en plena debacle económica alguien nos promete el ingreso de cuatrocientos euros justo antes de las elecciones como solución a nuestros males. Aún recuerdo el rictus solemne de Zapatero el día de la proclama, como el de un gurú que te enseña el camino de la felicidad. Semejante insulto a la inteligencia más básica del ciudadano genera votos mientras la oposición hace el ridículo por su incapacidad de explicar el oportunismo grotesco del rival.
En el toreo hay también mucho de complacencia ante el engaño, así que, antes incluso de leer la crónica de José Luis Ramón acerca de la salida de Morante de la Puebla entre almohadillazos en Valladolid, me imaginaba lo que había sucedido. Como un toro no embestía, el torero lo mató. O sea, intolerable.
Semejante congruencia no es admisible para el espectador. El que paga quiere divertirse o, en su defecto, congraciarse con un torero voluntarioso que insiste alrededor del toro, pone cara de disgustado, no pega un pase, pero nos hace perder diez minutos de intentos vanos de torear. El resultado suele ser un saludo desde el tercio, que por cierto no se produce al escuchar la ovación. El torero atisba cuatro palmas y aprovecha para salir a saludar, y es entonces cuando se multiplican las palmas para no dejar en situación incómoda al torero, que para eso ha estado voluntarioso.
Otra forma de engaño es lo de las orejas. La manera más facilota de divertirse es presenciar una retahíla de pases sin el más mínimo ajuste, lentitud y limpieza. La gente palmotea ante la supuesta entrega del torero, que trabaja a destajo y mira al público cuando remata la serie. Y cuando mete la espada por donde sea, la gente saca los pañuelos y se exalta si el presidente se pone remolón. Cuando el del palco saca el pañuelo, la rentabilización de la entrada se ha producido y el engaño de los números ha cumplido su misión sedante en el espectador. Luego, tres “capitalistas” sacan al torero a hombros a cambio de una propina en la escena más triste que pueda verse en una plaza. Y mientras el torero sale a hombros sin nadie a quien mirar, el público se echa a la calle sin recordar nada de lo sucedido.
No me extraña, pues, que aquel macheteo por la cara de Morante cayera tan mal en Valladolid. Contar una verdad que no gusta con la espada y la muleta no es plato que se digiera con facilidad. Falta de costumbre.
Luego Morante contó en Écija una verdad que sí gusta: la verdad del toreo. Por eso media plaza se lanzó como loca para sacarle a hombros, y hasta hubo puñetazos entre el pueblo llano para izar al genio en volandas. De ahí un costalero que, sangrando por la nariz, se llevaba a Morante por la Puerta Grande. Ese sí recordará aquella tarde mientras viva. No sólo por el puñetazo.
Artículo de Álvaro Acevedo para 6 Toros 6
Fotografías de la tarde de Écija: Ernesto Naranjo
En el toreo hay también mucho de complacencia ante el engaño, así que, antes incluso de leer la crónica de José Luis Ramón acerca de la salida de Morante de la Puebla entre almohadillazos en Valladolid, me imaginaba lo que había sucedido. Como un toro no embestía, el torero lo mató. O sea, intolerable.
Semejante congruencia no es admisible para el espectador. El que paga quiere divertirse o, en su defecto, congraciarse con un torero voluntarioso que insiste alrededor del toro, pone cara de disgustado, no pega un pase, pero nos hace perder diez minutos de intentos vanos de torear. El resultado suele ser un saludo desde el tercio, que por cierto no se produce al escuchar la ovación. El torero atisba cuatro palmas y aprovecha para salir a saludar, y es entonces cuando se multiplican las palmas para no dejar en situación incómoda al torero, que para eso ha estado voluntarioso.
Otra forma de engaño es lo de las orejas. La manera más facilota de divertirse es presenciar una retahíla de pases sin el más mínimo ajuste, lentitud y limpieza. La gente palmotea ante la supuesta entrega del torero, que trabaja a destajo y mira al público cuando remata la serie. Y cuando mete la espada por donde sea, la gente saca los pañuelos y se exalta si el presidente se pone remolón. Cuando el del palco saca el pañuelo, la rentabilización de la entrada se ha producido y el engaño de los números ha cumplido su misión sedante en el espectador. Luego, tres “capitalistas” sacan al torero a hombros a cambio de una propina en la escena más triste que pueda verse en una plaza. Y mientras el torero sale a hombros sin nadie a quien mirar, el público se echa a la calle sin recordar nada de lo sucedido.
No me extraña, pues, que aquel macheteo por la cara de Morante cayera tan mal en Valladolid. Contar una verdad que no gusta con la espada y la muleta no es plato que se digiera con facilidad. Falta de costumbre.
Luego Morante contó en Écija una verdad que sí gusta: la verdad del toreo. Por eso media plaza se lanzó como loca para sacarle a hombros, y hasta hubo puñetazos entre el pueblo llano para izar al genio en volandas. De ahí un costalero que, sangrando por la nariz, se llevaba a Morante por la Puerta Grande. Ese sí recordará aquella tarde mientras viva. No sólo por el puñetazo.
Artículo de Álvaro Acevedo para 6 Toros 6
Fotografías de la tarde de Écija: Ernesto Naranjo
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