Sin embargo a lo resumido y por lo que se refiere a la corrida de Victoriano del Río, irreprochablemente presentada, astifina y con cuatro de los seis toros de excelente juego por su bravura y nobleza – solo fallaron el muy mal lidiado que abrió plaza y el sexto por su extrema debilidad aunque también fue muy noble –, debo dejar constancia por escrito y sin reparo de ninguna clase que, esta vez y, por fin, José Tomás se enfrentó al ganado que corresponde a un escenario de primerísima categoría. Y en esto, chapeau, aunque desearíamos que, de ahora en adelante, ocurra lo mismo a donde vaya que, por cierto y salvo en su próxima tarde del 15 de junio en Madrid y en las que actuará en San Sebastián y en Barcelona, no pisará ninguna otra en las ferias más importantes como las de Pamplona, Valencia, Bilbao y Zaragoza. Por lo demás, Javier Conde no se atrevió con su gran lote, al contrario que Daniel Luque quien confirmó su alternativa sin ninguna suerte, mostrándose por encima de sus dos toros aunque falló con los aceros. Finalmente, lamentar que la corrida de ayer no fuera televisada por consentirlo la Comunidad y la obediente empresa y, sobre todo, que José Tomás cometiera la inadmisible falta de respeto de no querer brindar la muerte de ninguno de sus toros al Rey Don Juan Carlos que acudió a la plaza y presenció el festejo desde una barrea acompañado por la Infanta Elena, imagino que exclusivamente para verle a él. Un desprecio tan intolerable como irreparable que desmerece y choca frontalmente con el exclusivo y condescendiente trato que la Presidencia de Comunidad le ha dado para que pudiera comparecer en la plaza de Madrid. Siga criando “cuervos”, pues, por lo demás querida y admirada Doña Esperanza. Y menudo papelón el suyo. Ya vio ayer como, en cuanto a protocolo y a educación se refiere, respondió Tomás a sus favores.
Madrid. Plaza Monumental de Las Ventas. 5 de junio de 2008. Tercera de la feria del Aniversario. Tarde variable y crecientemente nublada con muy molestas rachas de viento. Seis toros de Victoriano del Río, ya reseñados en la entradilla aunque falta por decir que el bravo, noble y muy montado tercero, en principio embistió echando la cara arriba al final de sus viajes. Que el primero fue el único garbanzo negro del envío y que el sexto fue muy deslucido pese a ser noble como sus demás hermanos por su escasísima fuerza. Javier Conde (blanco apagado y azabache): Pinchazo huyendo y, tras echarse y ser levantado, descabello, pitos. Pinchazo hondo tendido y descabello, silencio. José Tomás (azul prusia y oro): Estocada trasera tendida encunándose de la que salió rebotado, dos orejas. Estocada al encuentro, dos orejas. Salió a hombros. Confirmó su alternativa Daniel Luque (verde manzana y oro con remates negros): Media tendida y descabello, silencio. Pinchazo, otro hondo y descabello, aviso y saludos. Destacó a caballo Borja Ruiz. Y en palos, José Chacón y Curro Robles en el mejor par de la tarde. Asistieron al festejo desde dos barreras de sombra, S.M. El Rey y la S.A.R la Infanta Elena. Javier Conde y Daniel Luque brindaron al Rey la muerte del primer y del sexto toros, respectivamente.
Nunca, jamás había vivido yo algo parecido a lo de ayer en esta plaza de Las Ventas de Madrid. Nada ni de lejos aproximado al ambiente que, previamente a la celebración del festejo, sencillamente porque la mayoría de los casi ventitresmil espectadores que abarrotaron el coso ya estaban volcados de antemano con un torero. Jamás repito, sucedió esta locura previa y colectiva con nadie. Ni con Manolete por mucho que ahora le asocien algunos insensatos a José Tomás. Ni con Domingo Ortega. Ni con Pepe Luís Vázquez. Ni con Luís Miguel Dominguín. Ni con Antonio Ordóñez. Ni con Manuel Benítez El Cordobés que fue la figura con más fuerza de todos. Ni mucho menos con Diego Puerta, Paco Camino y El Viti. Por supuesto que nunca con Paquirri. Y menos con Angel Teruel. Ni con Palomo, ni siquiera el día que cortó cuatro orejas y un rabo. Ni con Manzanares padre, El Niño de la Capea y Dámaso González. Ni con ninguno de los que les siguieron con rango de figuras hasta ahora mismo. Ni con los mismísimos Curro Romero y Rafael de Paula que tantas pasiones levantaban en Madrid. Ni, curiosamente, con José Tomás las varias tardes que cuajó faenas infinitamente mejores que las dos de ayer durante las temporada de 2007, 2008 y 2009. Y digo esto para empezar la segunda parte de esta crónica porque jamás, y repito, jamás he visto yo a tantísima gente completamente loca por un torero, antes de empezar una corrida. Por eso he puesto en el titular lo de “enloquecida apoteosis”. Y, de ahí la sensación general que ayer contagió a casi todos los presentes, les hizo creer y hoy les sigue haciendo decir que José Tomás es el torero más grande que vieron los siglos. Y más después de que casi todo le saliera bien frente a todo un corridón de toros. ¿Cómo no lo iban a decir, si el año pasado ya lo dijeron y hasta se lo cantaron y, además, lo creyeron pese a verle pegar los triunfales petardos que pegó frente a reses absolutamente impresentables e inofensivas?.
Claro que todos y cada uno de los que así piensan están en su derecho de creerlo y de manifestarlo como les venga en gana, siempre que no falten al debido y obligado respeto en lo personal. Pero yo, y creo que mucha más gente de lo que la mayoría pueda imaginar, también estamos en nuestro derecho de no opinar lo mismo. ¿O es que los que ayer estaban locos de antemano pretenden que los que no lo estuvimos tengamos que meternos en una cueva y no volver a salir más a la calle hasta que nos lleven al cementerio? Eso parece escuchando a algunos y leyendo a otros. Les puedo asegurar a mis lectores que, si yo no pudiera expresarme con la libertad que suelo, ahora mismo dejaba la crítica taurina para siempre. Pero como, gracias a Dios, sigo en libertad, continúo diciendo lo que quiero y me da la gana decir sobre lo que veo cada tarde en las plazas de toros pese a quien pese y pase lo que pase, aún reconociendo que me está siendo inmensamente difícil permanecer frío y ojo avizor cada ver que actúa José Tomás en todas y cada una de las corridas desde que reapareció. Y en la de ayer, increíblemente más porque se llegó a grados inimaginables de incondicional entusiasmo colectivo. De ahí, también, que a lo de “enloquecida apoteosis”, haya añadido en el titular la palabra “enloquecedora” porque es el caso que la bola de la propaganda continuará y continuará creciendo y rodando sin parar en la pretensión de que nos arrolle a todos, apoyados como ni lo habían soñado en la apoteosis de ayer. Arrollar, digo, a todos los demás toreros, incluyendo a los más grandes e importantes que vienen demostrando su primacía y excepcional capacidad desde hace muchos años en todas las plazas del mundo y frente a toda clase de toros; y, por supuesto, arrollar a cuantos pretendemos permanecer libres y ajenos a este imparable “ciclón”.
Porque, vamos a ver, manifetando encantado lo valentísimo, lo mucho más templado que otras tardes, lo como casi siempre asombosamente impávido y fiel a su personalísimo concepto y manera de estar y de ser que el de Galapagar estuvo ayer en Las Ventas frente a dos toros como Dios manda en cuanto a presencia y a trapío, absolutamente irreprochables, ¿es que nadie se acuerda ya de cómo estuvo El Cid hace muy pocos días, una frente a un toro de similares características a los de ayer, que toreó al natural maravillosamente bien – desde luego bastante mejor que el de Galapagar -, y otro mucho más difícil por bastante más fiero y ofensivo como fue el de su importantísima faena al toro de Victorino?. Bueno, pues para muchos supuestos expertos y, no digamos, para cuantos no lo son ni lo serán nunca, la actuación de José Tomás lo ha borrado todo. Hasta la historia entera del toreo. ¡Pues, qué bien¡.
¡Cuan diferente y, desde luego, más feliz sería la plaza de Madrid, si en todas las corridas el público acudiera con el mismo fervor hacia los toreros dignos de ser esperados como, por supuesto, ayer lo fue José Tomás¡. Pero desgraciadamente no es así y que se lo pregunten, por ejemplo, a Enrique Ponce a quien, no hace mucho, intentaron reventar una de las faenas más valientes, inteligentes y meritorias de su vida frente a uno de los toros más peligrosos de la última feria de San Isidro, y la mayoría de los espectadores, lejos de recriminar la intolerable actitud de los reventadores, permanecieron displicentes y más fríos que un témpano. A mí me gustaría ver a José Tomás frente a un toro parecido al de Alcurrucén que encaró hace días Ponce, pero todos sabemos que eso no podremos verlo nunca. ¿O sí?
¿Fueron parecidos a éste de Alcurrucén que menciono los de ayer de Victoriano del Río? No, ¿verdad? Los dos de José Tomás y, sobre todo, el que hizo de quinto fueron extraordinariamente bravos en el sentido más positivo de la palabra y nobles en el mejor que se pueda calificar tal término. Y fue con este con el que estuvo muy bien, templado, redondo, hasta magnífico en varias ocasiones, tanto con el capote en el quite que hizo – toreó a la verónica como pocas veces, pero ni de coña como anteayer Morante, ¿o sí? – como con la muleta en una de las mejores faenas, si no la mejor de todas las que lleva hechas hasta ahora en su reaparición. Una faena grande y redonda por la limpieza con que la llevó a cabo de principio a fin, pero también una faena no del todo perfecta, ni como dicen algunos que se debe torear siempre – y José Tomás no lo hizo – porque, como el toro repitió en su embestir sin apenas necesidad de tener que provocarlo en cada pase, ligó las tandas quedándose muy quieto en el mismo sitio donde las inició sin necesidad de tener que cruzarse una y otra vez, que es como se debe torear a estos bravos y nobles con fijeza y no como no pocos en Madrid piden a grito pelao que lo hagan los toreros que tanto detestan. Pero ayer no sucedió esto. Me pareció escuchar alguna impertinencia a un par de sujetos que había en el 7. Pero nada del insoportable y vocinglero coro de pertinaces destroza toreros. ¿O no? ¿O es quien estaba loco fui yo y no me enteré de nada?.
Sobre la misma faena de Tomás, decir también que no exprimió al toro por su buen pitón izquierdo, aunque reconozco lo muy difícil que hubiera sido dada la incuestionable dificultad que supuso templar al natural justo en el momento que más soplaba el viento. Y en lo más positivo, lo mucho que me gustaron su inicio por impávidos estatuarios permeneciendo clavado en la arena y su final por preciosos ayudados y cambios de mano. Como sus aislados pases a pies juntos de la segunda mitad, cuando, pasito a pasito, tuvo que cruzarse – cruzarse entonces, antes no – para que el toro, ya agotado, obedeciera al engaño y lo tomara subyugado. Pero señores, reconocer y celebrar esto como, sin duda lo mereció José Tomás, es una cosa y otra creer y decir que esta faena fue la mejor que vieron los siglos.
La otra faena, la del tercer toro, no me gustó salvo en algunas tandas con la mano derecha que fue por donde más se prodigó templado Tomás, también sin necesidad de tener que citar cruzado al pitón contrario ni de ganarle un paso a cada pase porque este toro repitió como el ya descrito quinto que siguió. Pero la empezó muy mal dejándose enganchar demasiado. Y mal también por lo mismo, enganchado, con el capote aunque en el quite por chicuelinas las hubo tan ceñidas como limpias junto a otras sucias o atropelladas. También le resultó más limpio que otras veces el quite por gaoneras que hizo al primer toro con el que ayer presentó su tarjeta de visita. Y la estocada encunándose, tan valiente y emocionante como incorrecta. ¿Puedo decir incorrecta?. Debo decirlo y así lo digo porque así fue. Por lo tanto, no buena y para nada merecedora, como tampoco la faena, de las dos orejas que le regalaron, el público y la presidencia, ayer acobardada por tan enfurecido, entusiasta e incontrolable “ciclón”. ¡Ah¡, pero es que esta vez los del 7 no gritaron “fuera del palco” sino que se sumaron al ensueño y a la desbordada y desbordante celebración.
Bueno, pues ya está. Ya está dicho por mi parte todo o casi todo sobre el suceso de ayer. Para qué dedicar una sola línea más sobre el pobre telonero de ayer, Javier Conde. Pero, hombre por Dios, ¿a quien se le ocurrió el atrevimiento de poner por delante del más valiente y suicida torero de la historia al menos valeroso de cuantos artistas se visten actualmente de luces?. Y muy mala suerte la que tuvo Daniel Luque en su confirmación de alternativa. Mala suerte que a Tomás le vino a huevo porque, si el lote suyo o el de Conde le hubiera correspondido al sevillano, otro gallo hubiera cantado y de qué modo. Por si a caso canta Luque como, por cierto, cantó en Córdoba, José Tomás se apresuró allí mismo a quitarle de una corrida con él que la empresa de Murcia tenía pensada para la próxima feria de septiembre. Y hasta mañana, señores, hasta mañana.
Crónica de José Antonio del Moral
Fotografías de José Ramón Lozano y Manón
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